Crédito: Foto: Brigada Naval del Pacífico - Seguridad
Esta historia extraordinaria comienza en el 2008, cuando los miembros de la “Brigada Naval Combatientes del Pacífico”, una organización de voluntarios peruana al mando del señor Percy Graham, dedicada al estudio de la historia militar de la Guerra del Pacífico, encontró el cadáver de un soldado boliviano en el Alto de la Alianza, cerca de Tacna.
La posición del soldado fue determinada con exactitud, luego se dio parte a las autoridades y fue vuelto a enterrar, el 2014 la Cancillería boliviana se enteró del hallazgo mediante los canales que mantenían historiadores de la Academia Boliviana de Historia Militar con la Brigada Naval, pidiendo al embajador Gustavo Rodríguez Ostria que se hagan los esfuerzos necesarios para ubicar los restos.
Mediante un boliviano descendiente de peruanos y residente en lima, Manuel de la Torre Ugarte Bustos, se estableció el contacto entre la Brigada Naval y las autoridades peruanas de Cultura, los que encontraron no solo el primer cuerpo, sino otros dos: un peruano y un boliviano a poca distancia del primero.
Identificación
La identificación se hizo por el color y tipo de los uniformes, los bolivianos usaban guerreras cortas, con bandas rojas y uniformes de color rojo, amarillo, verde, blanco o negro, con pantalón blanco o plomo con rayas rojas o negras.Además, su pantalón era diferente a todos los demás, era muy largo, con un gran botapié doblado exteriormente hacia arriba y ropa interior larga. Por otro lado, los soldados bolivianos usaban abarcas u ojotas, mientras los peruanos usaban zapatos y los chilenos botas.
De las unidades bolivianas solo los del Batallón 2 de línea y los Libres del Sud usaban guerreras amarillas, ambas unidades eran chuquisaqueñas. Sin embargo, estos eran soldados de infantería, por las abarcas y por haber sido encontrados en la parte más adelantada del dispositivo aliado, lugar donde aguantaron inicialmente todo el peso del ataque araucano.
El batallón 2º de Línea “Sucre”, era conocido por la poca edad de sus componentes, el pueblo los llamaba “Mama wakachis” (los que hacen llorar a sus mamás).
Esta bizarra y valerosa unidad tuvo el encuentro con su destino en la mañana del 26 de mayo de 1880, en la meseta de Inti Orko o “Campo de la Alianza”, donde 18.000 chilenos enfrentaron a aproximadamente 11.000 aliados.
Los chilenos atacaron con 2 divisiones de 4.000 hombres al ala izquierda aliada, donde estaba a la cabeza el “Sucre”, que fue el que recibió todo el impacto de la ofensiva chilena y su artillería.
Este ataque sobre el ala izquierda fue extraordinariamente fuerte, tanto por la concentración de tropas chilenas como por la gran potencia de fuego asignada como apoyo, lo que facilitó el avance de la 1ª División chilena, para evitar su irrupción se envió a los batallones bolivianos “Sucre” y al “Viedma”, los que reforzaron la vanguardia y se enfrentaron a los chilenos en plena explanada, detuvieron en seco el avance chileno y se lanzaron al contraataque, acto que diezmó sus filas y dejó el campo lleno de cadáveres con la guerrera amarilla.
Ante la avalancha chilena, el General Camacho, Comandante del Ejército boliviano, pidió refuerzos al centro y a la izquierda, del Almirante Montero.
Montero envió a su reserva, los batallones Alianza y Aroma, los que tenían la guerrera del mismo color: rojo, se unieron a los de la columna de zapadores y con el apoyo de una sección de cañones Krupp iniciaron su inmortal contraataque.
A las 14.50 la agrupación descendió a la carrera hacia las tropas chilenas, mientras las bandas militares atacaban “la marcha de la cantería”, bella y vibrante melodía militar, favorita de los “Colorados”, cuyos sones marciales y algo tristes recordarían por siempre los sobrevivientes de aquel titánico esfuerzo.
La agrupación avanzó en medio del tiroteo y a unos 500 metros de la línea de defensa pasó por encima de los cadáveres de los “amarillos” del “Sucre”, rumiando su dolor y su venganza a medida que la visión de los cuerpos de sus camaradas exaltaba sus ánimos ya afiebrados por la necesidad de combatir, empujando en rápido repliegue a las divisiones de Amengual y Amunáteguii, carrera que solo paró al llegar a los cañones chilenos y con la intervención de su caballería.
La derrota se produjo por la gran diferencia de efectivos, cuya culpa directa recae sobre Piérola, el dictador peruano que negó todo apoyo al ejército de Montero, por celos políticos, sin comprender que esa era la batalla decisiva y que la derrota de los ejércitos en Tacna era la derrota de los aliados.
Sin los 2.000 hombres de Arica y los 3.000 de Arequipa que negó Piérola, la diferencia numérica fue excesiva e imposible de mitigar.
A pesar del gran valor y el extraordinario sacrificio de los aliados, se perdió la guerra por mezquindades increíbles de los políticos en el poder.
Fuente: Cambio
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