http://www.paginasiete.bo/2012-01-25/Gente/NoticiaPrincipal/163-164Gen00221-12-12-ADELANTO.aspx
CRÓNICAS Tres mujeres y un joven residentes en diferentes ciudades suizas narran sus experiencias personales y sus impresiones sobre la sociedad a la que tuvieron que integrarse.
Kathrin Ammann * - 24/01/2012
A la patria del genial tenista Roger Federer también se la conoce como “la tierra del chocolate”, “el país de los relojes” o la nación neutral por excelencia.
Por eso, para no caer en historias repetidas y lugares comunes qué mejor que darle un vistazo, de primera mano, gracias al testimonio de cuatro bolivianos -migrantes todos- que cuentan sus experiencias, anécdotas e impresiones personales sobre la tierra que los acoge eventualmente.
Todos coinciden en la puntualidad pero, consultados sobre las características también hablan de la limpieza de las calles y del transporte público, que “es muy organizado”, como lo son en general -según coinciden- los suizos con todo y para todo: “siempre tienen su agenda, siempre tienen que planificar todo, no hay mucha espontaneidad'”.
Con ciertos temores y reservas, debido a diversas dificultades de residencia y trabajo, los entrevistados -todos de entre 30 y 65 años, de Sucre, Cochabamba, Yungas y Tarija- cuentan retazos de sus historias, muy distintas, pero con ciertos hilos comunes.
Emigraron a Suiza -por ejemplo- por razones económicas o por amor y viven en ese país desde hace un año, el que menos, y más 30, el que más.
Según la Oficina Federal de Migración de Berna, hasta abril de 2011 al menos 1.473 bolivianos vivían en Suiza, la mayoría en la parte francesa, pues la comunidad boliviana más grande está en Ginebra.
No todos tienen los papeles en orden. Según la oficina de consulta “Sin Papeles”, la mayoría de los latinoamericanos inmigrantes son mujeres que cuidan niños o personas ancianas y que hacen trabajos de limpieza.
Problemas y nostalgia
Los cuatro bolivianos entrevistados coinciden en que uno de sus mayores problemas es el idioma, una herramienta fundamental para sentirse integrados. En Suiza se habla alemán, alemán-suizo, francés e italiano, y los hispanoparlantes deben arreglárselas para aprender cualquiera –o más de una- de estas lenguas, según donde vivan.
Otro “mal común”, mucho más difícil de solucionar, es la nostalgia y añoranza del país y los seres queridos. América y Europa están muy alejados entre sí y el viaje es demasiado caro. No es fácil verse seguido y la diferencia horaria y la dura carga laboral dificultan incluso el contacto por teléfono e internet.
Además, en general, el concepto de familia en Suiza es diferente a la cosmovisión boliviana y latinoamericana. En Suiza la familia se reduce a los padres y los hijos. No es común reunirse con tíos, primos y otros parientes, a no ser raras ocasiones festivas.
“El modelo de sociedad en Suiza te obliga a vivir como en una isla. Los suizos trabajan muchísimo. Por eso quieren su fin de semana sólo para ellos”.
Tal vez las familias en Bolivia nunca lleguen ni siquiera a imaginar los graves problemas que sus parientes atraviesan y atravesaron en sus países de destino, por más que sea la propia Suiza, paradigma de desarrollo, justicia social y otros privilegios del primer mundo.
La migración siempre está relacionada a expectativas y esperanzas que, a menudo, no se realizan o tardan y cuestan demasiado. Por eso, aunque los cuatro bolivianos dicen que se sienten “bien”, durante la charla casi todos dejan entrever que “mejor si no hablamos de eso”, respecto a los primeros días en el extraño país y las dificultades de subsistencia e integración.
Con todo lo complejos que sean estos problemas, casi siempre se solucionan, como no pasa con el anhelo y la insatisfacción emocional: “Tengo mucha nostalgia de mi tierra, de mi gente, de mi familia' a ver si algún día puedo volver”.
* Periodista suiza
“Un día voy a volver”
Durante diez años, Mirtha y su familia no tuvieron papeles para
quedarse de manera legal en Suiza. Llegaron en 1994 con el objetivo de
trabajar por un tiempo para poder construir una casa en Bolivia.
Sin papeles era casi imposible. “Éramos fantasmas, no teníamos ningún derecho”. Cuando por fin pudo arreglar su situación, “fue una bendición de Dios”, resume Mirtha, ya que por fin se le abrieron las puertas.
Ahora dice que gracias a Bolivia tiene la vida y a sus padres, y gracias a Suiza tiene a su familia que “está en buenas condiciones aquí. Entonces mi corazón es para los dos países de manera igual”. De todas maneras está segura de volver algún día. “Si vemos el futuro, Suiza es para mis hijos y Bolivia es para mí”.
Sin papeles era casi imposible. “Éramos fantasmas, no teníamos ningún derecho”. Cuando por fin pudo arreglar su situación, “fue una bendición de Dios”, resume Mirtha, ya que por fin se le abrieron las puertas.
Ahora dice que gracias a Bolivia tiene la vida y a sus padres, y gracias a Suiza tiene a su familia que “está en buenas condiciones aquí. Entonces mi corazón es para los dos países de manera igual”. De todas maneras está segura de volver algún día. “Si vemos el futuro, Suiza es para mis hijos y Bolivia es para mí”.
“Una cajita de conocimientos”
“Ésta es mi oficina”, dice Óscar mientras camina hacia su lugar de
trabajo: una gran nave industrial dominada por una mesa llena de
materiales y herramientas para reparar bicicletas. Óscar repara bicis
que la gente ya no utiliza; se las llevan en lugar de tirarlas y una vez
reparadas, son donadas a África.
El joven boliviano vive en la casa de una familia en la ciudad de Winterthur, “gracias a un intercambio cultural para jóvenes”. Dice que Suiza para él es “un país de oportunidades, donde puedo aprender muchas cosas que nunca he visto en Bolivia. Suiza para mí es una cajita de conocimientos”.
El joven boliviano vive en la casa de una familia en la ciudad de Winterthur, “gracias a un intercambio cultural para jóvenes”. Dice que Suiza para él es “un país de oportunidades, donde puedo aprender muchas cosas que nunca he visto en Bolivia. Suiza para mí es una cajita de conocimientos”.
“Esta es mi segunda patria”
Liliana se fue a Suiza en 1975 para trabajar como enfermera. A pesar
de toda la solidaridad y amabilidad de la gente, sentía una gran
nostalgia y quería regresar a Bolivia cuanto antes, hasta que un día
atendió a un paciente que había sufrido un accidente esquiando.
“Hoy este paciente es mi esposo y el gran amor de mi vida”, dice riendo. Tuvieron dos hijos y hace ya muchos años Suiza es “una segunda patria, un lugar de acogida donde me siento bien”.
Aunque su esposo dice que le gustaría vivir en Bolivia, para Liliana esta posibilidad “es como un proceso” sobre el que no quiere hacerse ilusiones; piensa que sería difícil también vivir en Bolivia después de tantos años. “La vida nos dará la respuesta”.
“Hoy este paciente es mi esposo y el gran amor de mi vida”, dice riendo. Tuvieron dos hijos y hace ya muchos años Suiza es “una segunda patria, un lugar de acogida donde me siento bien”.
Aunque su esposo dice que le gustaría vivir en Bolivia, para Liliana esta posibilidad “es como un proceso” sobre el que no quiere hacerse ilusiones; piensa que sería difícil también vivir en Bolivia después de tantos años. “La vida nos dará la respuesta”.
“Suiza es mi hogar”
La zona en Zúrich donde vive Susana con su marido suizo y su hija es
muy tranquila. No hay mucho tráfico y la estación del tranvía para ir al
centro de la ciudad más grande de Suiza (con un millón de habitantes)
está cerca.
También hay un parque y la escuela para su hija queda cerca de su casa. “Me gusta mucho vivir aquí, es un ambiente adecuado si tienes niños”, dice la mujer que emigró en 2002 “por amor”.
Conoció a quien hoy es su marido en Sucre, donde él estaba de intercambio. Apenas supo que quería pasar el resto de su vida con él, tuvo claro que tendría que vivir en Suiza, donde debía terminar sus estudios. “Desde entonces supe que sería mi hogar”.
A Susana le gusta vivir en Zúrich. “Es un lugar pequeño, pero armónico. Tienes un poco de ciudad, pero también muchas áreas verdes”.
También hay un parque y la escuela para su hija queda cerca de su casa. “Me gusta mucho vivir aquí, es un ambiente adecuado si tienes niños”, dice la mujer que emigró en 2002 “por amor”.
Conoció a quien hoy es su marido en Sucre, donde él estaba de intercambio. Apenas supo que quería pasar el resto de su vida con él, tuvo claro que tendría que vivir en Suiza, donde debía terminar sus estudios. “Desde entonces supe que sería mi hogar”.
A Susana le gusta vivir en Zúrich. “Es un lugar pequeño, pero armónico. Tienes un poco de ciudad, pero también muchas áreas verdes”.
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