La estrategia golpista dirigida personalmente por Goldberg tuvo como
telón de fondo la articulación inmediata de actores políticos
nacionales, regionales, cívicos, empresariales, juveniles y mediáticos
La publicación del libro “BoliviaLeaks: la injerencia política de los EEUU contra el proceso de cambio (2006-2010)” ha generado reacciones de diversa naturaleza en distintas esferas de la sociedad, desde la comprensible incredulidad y enfado de sectores que encarnan la “cultura de la dependencia imperial” hasta expresiones de indignación, especialmente en los jóvenes a quienes se les niega el conocimiento de la verdadera historia del país.
Se analiza la economía política del golpe así como la anatomía del golpismo, frente a la irrupción de los movimientos sociales como expresión atípica de poder popular que puso en jaque la rutina del dominio colonial al que se había acostumbrado largamente el gobierno norteamericano.
El riesgo de perder control político sobre el nuevo gobierno y el temor de su alineamiento en favor del horizonte bolivariano, además de tensionar el tablero geopolítico de la región obligó a Washington a decidirse por el golpe de Estado en Bolivia.
Esta innoble tarea fue encargada al embajador Philip Goldberg, quien llegó a La Paz en octubre del 2006 y cuyas dilatadas credenciales secesionistas encajaron con la necesidad del ajuste político proimperial.
La estrategia golpista dirigida personalmente por Goldberg tuvo como telón de fondo la articulación inmediata de actores políticos nacionales, regionales, cívicos, empresariales, juveniles y mediáticos que operaron bajo una amplia gama de acciones planificadas y dirigidas a deslegitimar la autoridad gubernamental para despojarlo del poder por vía golpista. BoliviaLeaks revela -con documentación de fuente inobjetable- el papel que jugó la embajada norteamericana en asuntos internos, pero también muestra las relaciones y el grado de sometimiento indecoroso de sus aliados criollos. Estos últimos, apoyados en algunos medios privados de comunicación – vinculados con el “Cartel de la Mentira” – actualmente intentan soslayar su responsabilidad histórica.
Las investigaciones que contiene el libro muestran el trabajo conspirativo y desestabilizador de la embajada para cuyo objetivo recurrió a la obtención de información de diversas fuentes que eran contrastadas con sus propias agencias (DEA, CIA, USAID, NED, IRI).
Las más valiosas, como es comprensible, procedían de funcionarios de gobierno, políticos de oposición, oficiales de FFAA/Policía, periodistas, empleados de ONGs y otros. Estaba claro que con una información completa de la situación política del país, al golpe sólo le faltaría fecha y escenario propicio.
El interminable desfile de delatores criollos ha puesto nervioso a más de uno en el país y varios de ellos tratan, por diversos medios, de devaluar el contenido del libro como un acto de expiación o como una manifestación de sentimiento de culpa. La buena noticia es que muchos de ellos se están leyendo a sí mismos y alguno que otro ha tratado de encontrar en el libro la coartada perfecta para echar sombra, generar conflicto interno en el gobierno o cuanto menos cuestionar el trabajo riguroso de sus autores. Incluso hay alguno que no repara en usar lenguaje imperial.
Admitiendo que la delación a una potencia extranjera constituye un delito y un acto de vileza, Wikileaks nos muestra a informantes con distintos tipos de interés.
Unos se esfuerzan por gozar de la confianza de la embajada tratando de ser creíbles, otros asumen la delación como algo casi natural por su alineamiento ideológico y aquellos que se aprovechan de los contactos con la embajada para obtener beneficios personales. Consecuentemente se podría decir que la carga de información contiene, en términos relativos, tanta toxina como intereses que la preceden.
Resulta interesante analizar la correlación existente entre informante e información que se ofrece para dar cuenta del perfil del delator, interés que persigue, grado de empatía ideológica, codicia o sentido pragmático. Muchos de los informantes hacían coincidir sus intereses con los de la embajada. Es el caso de la denuncia de intercambio de droga que realiza un miembro de la Policía – Tcnl. Cuevas contra el Viceministro Felipe Cáceres. Se informó pensando en lo que deseaba escuchar el personal de la embajada de los EEUU. De haber sido cierto el relato del policía la embajada tenía la opción de denunciar ante autoridad competente el presunto delito además de otras acciones a las que está acostumbrada la DEA.
En este contexto, es mucho más relevante conocer a quienes proveían información y el lugar que ocupan en el tablero político o institucional que la propia información que ofrecían a sus patrones. Por ello, a los autores de BoliviaLeaks no se les ha pasado por la cabeza que los cables son verdades irrefutables o axiomas incontrastables sabiendo que la impostura es el signo constante del poder imperial. No todo lo que brilla es oro, dirían los investigadores.
En todo momento se tuvo y se tiene plena conciencia del valor relativo que contienen los cables de Wikileaks lo que no invalida los rasgos de la política exterior norteamericana que es agresiva, antidemocrática e intolerante.
Al respecto, los críticos del libro pretenden echar sombra sobre el núcleo central de la narración – que es el develamiento del golpe apoyado por aliados criollos- convirtiendo la anécdota en historia y de esta manera adelgazar, empequeñecer o ridiculizar los secretos del imperio, tarea prosaica como la que ejecutaron los delatores o soplones.
El valor y riqueza de los cables debidamente analizados proviene, entre otras cosas, de su grado de veracidad, contenido, objetivos, contexto en el que se vende información, la forma cómo fueron redactados, quiénes fueron los informantes, qué informaban o qué se propusieron informar. No existe linealidad informativa, informante fidedigno ni escribano fiel y por lo mismo hay tanta información real como la hay ambigua, falaz o manipulada. La clave es saber contrastarla y no sólo usarla como insumo autoprofético para construir un relato interesado.
Para sostener esto último propongo analizar tres casos interesantes de las decenas de casos que ofrece WikiLeaks: 1) Primer caso: “Masacre de Porvenir” que tenía dos informantes claves: Ana Lucía Reis y Roger Pinto, 2) Segundo caso: Supuesta intervención militar venezolana y cubana en Bolivia que tenía como informante clave al Gral. Gonzalo Suárez Selum, y 3) Tercer caso: aparente conflicto entre el Canciller David Choquehuanca y el Ministro de la Presidencia Juan R. Quintana, delatado por uno de los más altos funcionarios de la cancillería, Jorge Caballero.
Tomado de: http://www.telesurtv.net/opinion/BoliviaLeaks-y-la-conciencia-culpable-I-Parte-20160818-0046.html
La publicación del libro “BoliviaLeaks: la injerencia política de los EEUU contra el proceso de cambio (2006-2010)” ha generado reacciones de diversa naturaleza en distintas esferas de la sociedad, desde la comprensible incredulidad y enfado de sectores que encarnan la “cultura de la dependencia imperial” hasta expresiones de indignación, especialmente en los jóvenes a quienes se les niega el conocimiento de la verdadera historia del país.
BoliviaLeaks narra en cuatro capítulos el grado de intervención golpista del gobierno de los EEUU contra el proceso de cambio así como el funcionamiento de su maquinaria conspirativa llamada Embajada.
Se analiza la economía política del golpe así como la anatomía del golpismo, frente a la irrupción de los movimientos sociales como expresión atípica de poder popular que puso en jaque la rutina del dominio colonial al que se había acostumbrado largamente el gobierno norteamericano.
El riesgo de perder control político sobre el nuevo gobierno y el temor de su alineamiento en favor del horizonte bolivariano, además de tensionar el tablero geopolítico de la región obligó a Washington a decidirse por el golpe de Estado en Bolivia.
Esta innoble tarea fue encargada al embajador Philip Goldberg, quien llegó a La Paz en octubre del 2006 y cuyas dilatadas credenciales secesionistas encajaron con la necesidad del ajuste político proimperial.
La estrategia golpista dirigida personalmente por Goldberg tuvo como telón de fondo la articulación inmediata de actores políticos nacionales, regionales, cívicos, empresariales, juveniles y mediáticos que operaron bajo una amplia gama de acciones planificadas y dirigidas a deslegitimar la autoridad gubernamental para despojarlo del poder por vía golpista. BoliviaLeaks revela -con documentación de fuente inobjetable- el papel que jugó la embajada norteamericana en asuntos internos, pero también muestra las relaciones y el grado de sometimiento indecoroso de sus aliados criollos. Estos últimos, apoyados en algunos medios privados de comunicación – vinculados con el “Cartel de la Mentira” – actualmente intentan soslayar su responsabilidad histórica.
Las investigaciones que contiene el libro muestran el trabajo conspirativo y desestabilizador de la embajada para cuyo objetivo recurrió a la obtención de información de diversas fuentes que eran contrastadas con sus propias agencias (DEA, CIA, USAID, NED, IRI).
Las más valiosas, como es comprensible, procedían de funcionarios de gobierno, políticos de oposición, oficiales de FFAA/Policía, periodistas, empleados de ONGs y otros. Estaba claro que con una información completa de la situación política del país, al golpe sólo le faltaría fecha y escenario propicio.
El interminable desfile de delatores criollos ha puesto nervioso a más de uno en el país y varios de ellos tratan, por diversos medios, de devaluar el contenido del libro como un acto de expiación o como una manifestación de sentimiento de culpa. La buena noticia es que muchos de ellos se están leyendo a sí mismos y alguno que otro ha tratado de encontrar en el libro la coartada perfecta para echar sombra, generar conflicto interno en el gobierno o cuanto menos cuestionar el trabajo riguroso de sus autores. Incluso hay alguno que no repara en usar lenguaje imperial.
Admitiendo que la delación a una potencia extranjera constituye un delito y un acto de vileza, Wikileaks nos muestra a informantes con distintos tipos de interés.
Unos se esfuerzan por gozar de la confianza de la embajada tratando de ser creíbles, otros asumen la delación como algo casi natural por su alineamiento ideológico y aquellos que se aprovechan de los contactos con la embajada para obtener beneficios personales. Consecuentemente se podría decir que la carga de información contiene, en términos relativos, tanta toxina como intereses que la preceden.
Resulta interesante analizar la correlación existente entre informante e información que se ofrece para dar cuenta del perfil del delator, interés que persigue, grado de empatía ideológica, codicia o sentido pragmático. Muchos de los informantes hacían coincidir sus intereses con los de la embajada. Es el caso de la denuncia de intercambio de droga que realiza un miembro de la Policía – Tcnl. Cuevas contra el Viceministro Felipe Cáceres. Se informó pensando en lo que deseaba escuchar el personal de la embajada de los EEUU. De haber sido cierto el relato del policía la embajada tenía la opción de denunciar ante autoridad competente el presunto delito además de otras acciones a las que está acostumbrada la DEA.
En este contexto, es mucho más relevante conocer a quienes proveían información y el lugar que ocupan en el tablero político o institucional que la propia información que ofrecían a sus patrones. Por ello, a los autores de BoliviaLeaks no se les ha pasado por la cabeza que los cables son verdades irrefutables o axiomas incontrastables sabiendo que la impostura es el signo constante del poder imperial. No todo lo que brilla es oro, dirían los investigadores.
En todo momento se tuvo y se tiene plena conciencia del valor relativo que contienen los cables de Wikileaks lo que no invalida los rasgos de la política exterior norteamericana que es agresiva, antidemocrática e intolerante.
Al respecto, los críticos del libro pretenden echar sombra sobre el núcleo central de la narración – que es el develamiento del golpe apoyado por aliados criollos- convirtiendo la anécdota en historia y de esta manera adelgazar, empequeñecer o ridiculizar los secretos del imperio, tarea prosaica como la que ejecutaron los delatores o soplones.
El valor y riqueza de los cables debidamente analizados proviene, entre otras cosas, de su grado de veracidad, contenido, objetivos, contexto en el que se vende información, la forma cómo fueron redactados, quiénes fueron los informantes, qué informaban o qué se propusieron informar. No existe linealidad informativa, informante fidedigno ni escribano fiel y por lo mismo hay tanta información real como la hay ambigua, falaz o manipulada. La clave es saber contrastarla y no sólo usarla como insumo autoprofético para construir un relato interesado.
Para sostener esto último propongo analizar tres casos interesantes de las decenas de casos que ofrece WikiLeaks: 1) Primer caso: “Masacre de Porvenir” que tenía dos informantes claves: Ana Lucía Reis y Roger Pinto, 2) Segundo caso: Supuesta intervención militar venezolana y cubana en Bolivia que tenía como informante clave al Gral. Gonzalo Suárez Selum, y 3) Tercer caso: aparente conflicto entre el Canciller David Choquehuanca y el Ministro de la Presidencia Juan R. Quintana, delatado por uno de los más altos funcionarios de la cancillería, Jorge Caballero.
Tomado de: http://www.telesurtv.net/opinion/BoliviaLeaks-y-la-conciencia-culpable-I-Parte-20160818-0046.html
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