Opinión
De esta manera, doña Justa quedó incorporada a la burocracia ‘presupuestívora’ del municipio más grande del país, o sea que llegó a donde quería.Ronald Tineo Velasco
Mientras los ‘humildes indígenas del Tipnis’ reventaban chinelas en las carreteras rumbo a La Paz, donde finalmente impusieron su controvertida ley corta, doña Justa Cabrera se daba baños de popularidad en el centro de la plaza 24 de Septiembre. Se camuflaba entre los ‘placeros’ buscando cámaras y micrófonos para ser entrevistada y aparecer en todos los noticiarios, no tanto para informar sobre el avance de los marchistas, sino para despotricar contra el presidente Evo Morales, siendo el de “asesino” el adjetivo más suave que le prodigaba.
A partir de entonces quedó adoptada como la vedette mimada de los canales de TV locales (excepto canal 7, Bolivia TV), que de manera democrática se distribuyeron el honor de recibirla en cada set televisivo para que el público conociera su vida y milagros y, sobre todo, para que reiterara sus ‘gentilezas’ contra el Gobierno con el hablar parsimonioso que le caracteriza. ¡Quien la escuche hablar por primera vez pensará que no es capaz de matar una mosca, a pesar de que sus palabras tienen un alto contenido tóxico!
Gracias a la campaña mediática de la TV y a las ganas que doña Justa le puso, resultó un producto a la medida de las necesidades de la oposición política. Primero fue el gobernador que la condecoró en el Día de la Mujer (?); luego siguieron las damas cívicas, que la invitaron a formar parte del directorio en calidad de asesora en asuntos políticos, propuesta que descartó al darse cuenta de que lo que buscaban era explotar su condición de indígena y usarla como figura decorativa de la institución. Pero fue el alcalde el que logró seducirla con el nombramiento de subalcaldesa del Distrito 14, le puso un vehículo para su desplazamiento y le delegó parte de su poder omnímodo para que reine y gobierne sobre los vecinos de Paurito, que no son cuatro gatos.
De esta manera, doña Justa quedó incorporada a la burocracia ‘presupuestívora’ del municipio más grande del país, o sea que llegó a donde quería. Algunos admiradores suyos le buscaron aproximaciones con la señora Domitila Chungara, pero no hay punto de comparación posible por cuanto esta jamás renunció a su lucha, a su conciencia de clase ni a su liderazgo por un mísero plato de lentejas (léase cargo administrativo).
Pero no fue la única, ya que sus congéneres de la Cidob también sucumbieron ante el influjo del ‘carismático’ gobernador, que creó para ellos una oficina dentro de la estructura y les asignó un presupuesto autonómico para sus gastos a condición de que firmaran un acuerdo político que ha empezado a cumplirse con el proyecto de la novena marcha, la madre de las marchas, con la cual esperan colocar contra las cuerdas al Gobierno masista y sacudirlo hasta verlo tendido en la lona.
Pero suponiendo que el avasallamiento prospere y que se cancele la construcción del tramo II de la carretera Villa Tunari-San Ignacio de Moxos, quien soportará el mayor impacto será Beni, que continuará en el nivel de estancamiento en que se encuentra y reducido a la condición de nato consumidor de bienes y servicios que provienen de afuera, de los centros metropolitanos que en su momento tumbaron montes para construir sus propias carreteras cuando nadie se acordaba del medio ambiente, de la ‘ecolatría’ y otros sofismas que hoy circulan.
¿Acaso los cruceños no debemos a las carreteras y al ferrocarril la expansión de la frontera agrícola, la agropecuaria, la industria y el intenso flujo comercial y turístico? Si no se hubiera encarado el progreso de la forma que se hizo, aún podríamos estar cortando árboles de mara en los extramuros de lo que hoy es el casco viejo de la ciudad y fabricando chancaca como antes de la Revolución del 9 de abril de 1952.